jueves, 21 de marzo de 2013

El Opinador

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El Universal, Caracas, 12 de marzo de 2012

Carlos Machado Allison


Quienes tenemos un espacio en los medios de comunicación enfrentamos un oficio  complejo y con frecuencia lo que se escribe no es bien recibido por una proporción de los lectores, mientras que otra, no menos importante, desearía que uno le diera respuesta a sus inquietudes.

Tal cosa es imposible, especialmente cuando las inquietudes son tantas como las que nos abruman en este momento. El columnista opina, no posee una bola de cristal y tampoco domina todos los temas, lo que aspira es estimular reflexiones sobre lo que acontece. En los últimos tres meses, gracias al secreto oficial, buena parte de los venezolanos han tenido su atención centrada en la salud del Presidente o en las consecuencias de la misma, pero por razones muy distintas. Unos por el temor de perder sus prebendas, ingresos o canonjías, otros por el miedo de no tener acceso a las mismas o, peor aún, a perder el empleo, no recibir un aumento de sueldo, no encontrar la comida o las medicinas indispensables. Domina la incertidumbre, corren los rumores más disímiles, aumenta la venta de ansiolíticos y adivinadores, astrólogos y similares viven su mejor momento. Mientras tanto el país cae en picada porque cuando la incertidumbre domina, los inversionistas se retiran, las decisiones se postergan y parte de la sociedad se paraliza.

También es importante el contexto en el cual se expresa una opinión. La misma puede ser muy importante en un día, y dejar de serlo en la siguiente década. En su momento, el estado de salud y deceso de Franco, Stalin, Tito, Mao, Gómez, Roosvelt o Alejandro Magno, por citar algunos que enfermaron en el pináculo del poder, generó angustia e incertidumbre, tanto para seguidores como para opositores. Después quedó el registro histórico de lo trascendente y al olvido se sumieron las semanas o meses de la enfermedad, las noticias, silencios o especulaciones del momento. ¿Cuál será el impacto de Hugo Chávez? Sin duda importante, su figura estará presente por mucho tiempo. Apenas asomo la pregunta, la respuesta quedará a juicio de cada lector y de ese juez implacable que es el tiempo.

En cadena he escuchado testimonios que comienzan por el elogio, en muchos casos sincero: “padre, amor, heredero de Bolívar, el que se ocupó de nosotros, el que nunca morirá por que lo llevo en el corazón”. Luego, la agresión o la amenaza explícita contra “los secuaces del imperio, los golpistas, tengan cuidado los opositores, los estamos vigilando…”. El no comulgar con la doctrina es delito, la instigación al odio es evidente. También vale preguntar ¿Quién gana y quién pierde en éste juego de rumores, testimonios y especulaciones? No será el pueblo porque un sordo caos se asoma, un gobierno que aún no es, ya amedrenta y cuando tal cosa ocurre, casi siempre pierden todos. Entramos en una nueva etapa, la consolidación de lo vivido en la década pasada, o el reto de encontrar un nuevo rumbo por la única vía que conocemos: el voto y la democracia.

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