martes, 23 de noviembre de 2010

El camino a Managua

Carlos Machado Allison
El Universal, 23 de noviembre

Durante el ocaso (1988-1989) del sandinismo realicé varios viajes a Nicaragua. El panorama no podía ser más desolador. Al caer la noche Managua se sumía en la oscuridad y a los consultores se les ordenaba no salir del Intercontinental. Allí observábamos con asombro a integrantes de la cúpula gobernante degustando bebidas y comidas vedadas a los nicaragüenses. Durante el día, por las destrozadas calles, circulaban los camiones rusos de carga, empleados como transporte público, con cuerdas en la plataforma para impedir que los pasajeros salieran disparados hacia la calle. El sufrido pueblo había pasado de la dictadura somocista (1936-1979) a la sandinista (1979-1990).

Nos reuníamos con la contraparte local en un hospital. A veces mis colegas abandonaban, uno a uno, la mesa de trabajo y regresaban con la bolsa europea de ayuda humanitaria: un kilo de azúcar, otro de arroz y un tercero de frijoles

Existía sólo una tienda, restringida a quienes tenían pasaporte diplomático, donde había algo decente para comer. Visité la universidad en tres oportunidades, un muladar lleno de basura y afiches con el rostro del Che Guevara.


Entre los desechos deambulaban agresivos "revolucionarios" que, gracias a la paridad del voto estudiantil, elegían autoridades por su popularidad o convicción política. Los méritos académicos habían sido erradicados. En el otrora "granero" de América Central, el hambre crónica se combinaba con el paludismo y las diarreas, el peor escenario de América con excepción de Haití. El PIB per cápita apenas superaba los 300 dólares anuales, la inflación terrible, la moneda devaluada y el Índice de Desarrollo Humano, comparable al de los países más pobres de África. Rubén Darío podría haber escrito un soneto desgarrador.


El sandinismo acabó con la agricultura, el comercio y las escasas industrias del país. Tierras, viviendas y comercio invadidos o expropiados. Buena parte de los profesionales nicaragüenses, acosados por el Gobierno, se fueron a Estados Unidos, Costa Rica, Panamá y otros países. Cuando regresé a América Central, concluía la gestión de Violeta Chamorro. Cada mes cruzaba la frontera con Honduras y recorría el desolado norte del país. El camino a Managua estaba matizado por enorme pobreza.


Doña Violeta ganó las elecciones en 1990 y trató de reconstruir el país. No era fácil, las instituciones, la base económica y los recursos humanos habían sido liquidados por la primera dinastía de Daniel Ortega. La recuperación lograda durante su gobierno se diluyó con sus sucesores: Alemán (1996-2001) y Bolaños (2001-2006). Ortega regresó al poder en 2006 con el 37% de los votos. La segunda dinastía, de nuevo atada a La Habana es menos sandinista y más autoritaria; ahora sin la ayuda soviética, es el petróleo de todos los venezolanos el que la sostiene. Ortega le busca pleito a Costa Rica para ocultar su nuevo fracaso. En la OEA sólo encuentra el apoyo de Venezuela cuyo Gobierno quiere llevarnos por el triste camino de Managua.