lunes, 19 de septiembre de 2011

La inevitable soledad

La inevitable soledad

Carlos Machado Allison
EL UNIVERSAL
14 de septiembre de 2011

A la humanidad le costó, y le sigue costando vidas y miseria, para progresar y alcanzar, en el siglo XXI, el nivel más elevado de vida de su historia. No crea, amable lector, que los tiempos pasados fueron mejores y si así lo percibe, imagínese sufriendo, simultáneamente, un dolor de muelas, un cólico nefrítico y unas hemorroides, sin tener una farmacia o un médico cerca. Cierto es que algunos vivían bien en el siglo IX o en el XIII, pero la gran mayoría moría antes de los 35, la miseria era impensable bajo nuestra óptica actual y los únicos derechos existentes, eran aquellos que caprichosamente otorgaba el poderoso de la comarca. Su vecino hambriento, era su enemigo, el gobernante ungido con todos los poderes, regía su vida hasta el más mínimo detalle. La ley, la que cada sátrapa encontraba conveniente, las mujeres objetos transables, los caminos dominio de los asaltantes; obreros y artesanos, esclavos o algo parecido, la enfermedad, la ignorancia y el dolor, acompañantes perpetuos.

El mundo se hizo más civil, menos dogmático, más democrático, educado y equitativo. Los derechos humanos fueron impregnando culturas y gobiernos, la idea de un gobierno al servicio de la gente se expandió. La idea de la gente como prestadores de servicios a otras personas se hizo común. Nuevos códigos y leyes se sumaron a los mandamientos, a las utopías y todas ellas empujaron al mundo hacia sociedades más equilibradas con ciudadanos más civiles en su conducta. Todo eso lo ganamos o lo pedimos prestado a otras culturas y naciones. Claro, no siempre, ni con el mismo ritmo. Aún existen Somalias, guerras tribales y gobiernos criminales, incompetentes o fanáticos.

Aquí y ahora, siglos de progreso están en riesgo. Notorias cosas como abuso de poder, debilidad del sistema de justicia, incompetencia de los organismos de seguridad, retorno a enfermedades derrotadas, miles de asesinatos y agresión verbal o armada de los gobernantes.       Educación sin sentido civilizatorio, impregnada, por un credo fósil y fracasado. Gobierno al servicio de una fracción sumisa o tarifada. Tanto miedo a opinar, como  a caminar de noche o a lo que le están enseñando a nuestros hijos; miedo a listas y carpetas, a perder la propiedad, temor a los policías, sospechas sobre la intención de una cédula electrónica o del censo. Una cabalgata bárbara que pisotea y que tiene su aquelarre en la Hojilla y en seguidores genuflexos que festejan en histerias colectivas himnos y rituales los 15 mil asesinatos y 500.000 emigrantes. Pero los duques medievales como los sátrapas tribales, al final se quedan solos.

De los ciudadanos emana una luz a través de sus candidatos, todos de acuerdo para que, una vez electo uno de ellos, él y los demás trabajen sobre un plan de gobierno ampliamente consensuado. Un proyecto democrático y renovador que nos puede devolver lo perdido y colocarnos en la senda del progreso. Votar en las primarias esencial, en las presidenciales, indispensable.