miércoles, 27 de enero de 2010

Apagaron la señal de Radio Caracas Televisión


A media noche, al amparo de la oscuridad, las operadoras de cable sumisas y atemorizadas por el gobierno, bajaron el interruptor. Dejaron a Diógenes sin lámpara, se apagó una de las luces que le permitían a millones de venezolanos conocer la realidad subyacente detrás del colapso de los servicios públicos, la inflación, la baja producción de alimentos, la inseguridad personal y tantas otras cosas en las que ha fracasado el gobierno. Pero quizás la luz no se apagó del todo, quizás sea sólo una puesta de sol, el preámbulo de un amanecer.
Con desprecio, desde el gobierno, la televisora, sus empleados y propietarios fueron calificados como “burguesitos”, copiando una de las tantas frases hechas que dimanaron desde Moscú en las décadas de 1920 y 1930 cuando algunos trasnochados pensaban en la revolución mundial y la “dictadura del proletariado”.

En la década de 1930 Stalin y sus secuaces acabaron con la agricultura rusa y con los disidentes. La creación de las cooperativas estatales, el establecimiento de cuotas forzosas, la captura de las redes de distribución y las plantas procesadoras de alimentos determinaron años de hambre feroz cuya consecuencia más evidente fueron varios millones de seres humanos que murieron de hambre. Pero desde el Kremlin la cúpula sonreía porque habían liquidado a la burguesía, es decir a la clase media, a los emprendedores, a los productores y a los comerciantes. De paso también se iniciaron las purgas y además de los burgueses, la nomenclatura soviética, fusiló o encarceló a buen número de los revolucionarios originales. Asesinaron a Kirov que era un importante miembro del Comité Central. Los seguidores de Stalin proclamaron que el asesino, Nikolaev, era un instrumento de Zinoviev (1883-1936), Lev Bronstein, conocido como León Trotski (1879-1940), Bukharin (1888-1938) y Kamenev (1883-1936), ni Yagoda, el jefe de la policía secreta, se salvó. Murieron o desaparecieron todos aquellos que podían hacerle sombra a Stalin y los creyentes devotos que, con honestidad, pensaron que se estaba construyendo la “gran patria socialista”. Hasta su colapso, todas las dictaduras comunistas fueron dependientes del trigo de occidente producido por los agricultores burgueses, aún así, siempre tuvieron carencias de alimentos. Las cartillas de racionamiento y las largas colas, como en Cuba, fueron el símbolo de las dictaduras. No existían radios o televisoras que denunciaran los atropellos, la corrupción y las violaciones a los derechos humanos.

No sé si regresará la señal de RCTV, tampoco puedo hacer ningún pronóstico alguno sobre la cadena de hipermercados Éxito y menos aún sobre cual será el destino de las cadenas de supermercados restantes. La incertidumbre también alcanza a la agroindustria establecida y a los productores, a los transportistas o a los dueños de las bodegas. Tampoco sé si sobrevivirán los distribuidores de maquinaria, semillas o agroquímicos, o los importadores de alimentos. No tengo ni la menor idea si el cerco económico a las universidades, donde campea la disidencia – como debe ser – acabará con los laboratorios de investigación y con los siempre molestos intelectuales que, por definición, encuentran intolerable la falta de libertad. Tampoco estoy seguro si las voces libertarias de los estudiantes podrán ser silenciadas y si los partidos de oposición serán clausurados junto a los abastos y las panaderías.

Los gremios bajo la mira, los banqueros no se diga, los colegios privados, las iglesias y la libertad de culto, las juntas de condominio, los periodistas, los artistas, los militares, ingenieros, abogados o los médicos que no sean cubanos. Al final todos los “burguesitos” que deben ser entre 8 y 10 millones están amenazados. Esos que redactaron las constituciones democráticas, proclamaron los derechos fundamentales del hombre; los que han luchado por la paz, los que democratizaron los derechos de propiedad, los que liquidaron al feudalismo, los que han cargado en sus hombros los valores de la cultura occidental. Tampoco estoy seguro que el gobierno esté “ponchao”, para ello quienes creen en la libertad y en los derechos humanos, en la democracia y sus valores, tienen que estar unidos y colocar a un lado pequeños y grandes intereses particulares, el miedo y todas las cosas que nos tienen, como individuos y sociedad, casi paralizados frente a la mayor amenaza que hemos tenido a lo largo de nuestra historia.


Mientras tanto los estudiantes protestan por las calles de muchas ciudades y la represión cobra nuevas víctimas.

UCV: Sus profesores la defienden









Hace pocos días el Consejo Universitario de la UCV decidió limitar el acceso a la Ciudad Universitaria entre las 11 PM y las 5 AM. ¿Razones? La seguridad de personas y bienes a través del deseable control en las amplias zonas de acceso a la universidad. Así como cualquier ciudadano que cierra con llave su puerta para evitar el acceso de los hampones, así como existen limitaciones para entrar al Palacio de Miraflores, del mismo modo en que es necesario cerrar la puerta de nuestro vehículo o bajar la santamaría de un abasto, en ésta ciudad donde la inseguridad es la norma.


Desde luego aquellos que mantienen la filosofía de "lo mío, es mío y también los bienes comunes y todo lo que esté a mi alcance" trataron de impedir que la UCV ejerciera su autonomía y se juntaron a sus puertas para impedir la acción de las autoridades. Pero la UCV sí tiene quien la defienda y allí estaban algunos profesores, entre ellos, mi hermano Antonio Machado Allison, ya jubilado y como quien escribe estas líneas, con suficiente edad como para ser considerados ciudadanos de la tercera edad.

La barra que limita la entrada a los vehículos se transformó en el símbolo de la discusión entre los enemigos de la autonomía y los que la defienden. Al final el que empujaba la barra hacia arriba y a pesar de su juventud, terminó sobándose la oreja ante la firme decisión de los docentes que mantuvieron la barra abajo.