El Pillo
El Universal, 28 de febrero de 2012
Carlos Machado Allison
Un tema de conversación recurrente tiene que ver con los pillos y su inevitabilidad en nuestro país. El pillo, es “…la persona que es hábil para engañar con el objeto de conseguir una cosa”. Entre sus sinónimos se encuentran granuja, bribón y astuto, al final, pillo es quién actúa sin honradez. No se trata sólo de dinero, la honradez también tiene que ver con discursos y la veracidad. Pillo es el que enseña mal, el que cura mal, el que engaña, el que miente a sabiendas del daño que hace.
En todo caso nuestra sociedad está y ha estado a lo largo de buena parte de su historia, plagada de bribones. Su naturaleza y origen es muy diversa, oscila desde el pilluelo que merodea el mercado, hasta el encumbrado en el alto gobierno. Pillos mayores y menores, vestidos de civil y de uniforme, y con frecuencia, los de mayor calibre, asociados a un caudillo que los protege de la ley. El pillaje ha sido un modo de vida y en cualquier texto de historia podemos constatar su frecuencia. Los pillos rodearon la dinastía de los Monagas, el pillaje fue la norma durante la Guerra Federal, Guzmán Blanco fue, para muchos, algo así como el paradigma del “gran pillo”. Buena parte de nuestras revoluciones se fraguaron y ejecutaron para satisfacer las ansias de un rápido y deshonesto enriquecimiento. Hacerse rico en Venezuela y morir, en buena posición, en el exterior ha sido un objetivo anhelado. Así ocurrió con Guzmán, el Cabito y Pérez Jiménez, uno mirando al Sena, otro a las palmeras y el último, entre tapas y fandangos. Lo que ha cambiado con el tiempo es el sitio donde se muere, primero fue Paris, luego Londres o Nueva York, recientemente son otras las ciudades, todas del primer mundo.
La pillería, reservada en el pasado a los caudillos y su corte, pasó a ser más popular con el advenimiento del Petróleo y engorde del presupuesto nacional. Entre lo viejos y nuevos tiempos hay diferencias: en el pasado había cierto riesgo para el granuja porque algunos jueces tomaban en serio lo de la Constitución y las leyes, ahora el pillo nada a sus anchas, compra casas en La Lagunita , terrenos y haciendas, tiene amplio acceso a bonos de la república, fondos de pensiones, contratos para la compra de alimentos o armas, monta empresas fantasmas, alguno es empresario de la construcción inacabada de viviendas públicas. Los ministerios, cotos privados de caza. ¿Amantes de Marx y de Ali Babá al mismo tiempo? Me pregunto: ¿Qué pensarán los comunistas honestos, que sin duda los hay, de tanta pillería? ¿Dónde quedaron los valores de la revolución?
El pillo de antaño, delgado y bien vestido, era un truhán con presunción, algunos parecían gomosos lechuguinos. El de ahora, obeso y obsceno, se cubre con una camisola de colores vivos y gorra de béisbol. Cuando terminaba su función pública, los de antes se llevaban unos reales, los de ahora, amén del efectivo, cargan hasta con la tapa del excusado y el termo del café ¿Será posible tener un país sin tanto pillo? Difícil, pero posible.