Después de las elecciones
El Universal, 11 de septiembre de 2012
Carlos Machado Allison
Cuando esta nota se publique faltarán tres semanas para las elecciones y estarán lloviendo ofertas, ofensas y promesas. ¿Qué harán el triunfador y el derrotado? En el pasado esto era predecible, el derrotado pasaba a la “reserva” de su partido y tenía la opción de reactivarse cinco años después, seguir siendo dirigente de su tolda política o regresar a su profesión inicial. Alguno optó por el retiro total, pero todos aceptaron los resultados en la tradición del sistema democrático. Uslar Pietri retornó a la literatura, Piñerúa y Caldera a la política, Betancourt, Leoni y Pérez pasaron a ser centro de consultas o referencias obligatorias y hay quienes siguen activos en la vida nacional, como Eduardo Fernández y Andrés Velázquez.
Creo que es predecible lo que haría Capriles, pero no tengo ni la más pálida idea de cual será la conducta de Chávez si, como bien podría ser, resulta derrotado en los próximos comicios. ¿Pasará a retiro? ¿Se transformará en el líder de la oposición? ¿Tomará el último vuelo con rumbo a su amada Habana? Para especular sobre estas cosas hay una pregunta que corre de boca en boca en estos días: ¿Aceptará la derrota como lo hicieron Barrios, Piñerúa, Fernández, Velázquez y Caldera más de una vez? O gritará que su propia gente y sistema lo traicionó? No tengo respuesta porque el hombre y el contexto son diferentes. No forma parte de generaciones como las de 1919, 1928, o la de las juventudes universitarias de 1958, que tenían como norte libertad, los derechos humanos, el combate a la pobreza, el progreso económico del país, la educación y otros valores trascendentales qué luego dejaron más del 90% de la infraestructura y las instituciones del país.
Acompasado por un costoso aquelarre de símbolos, eventos y pancartas, nos deja una zarrapastrosa administración del erario público: Amuay, Yare, El Rodeo, Cavim, narcotráfico, corrupción, jueces fugados, 19.000 asesinatos por año, centralización del poder, abusos, intimidación, inflación, desabastecimiento, irrespeto a la propiedad privada, abatimiento de la producción y fuga de talento.
En el pasado dominó el respeto entre ganadores y perdedores, no sólo candidatos y dirigentes, sino también entre electores. Excepciones, las había, pero eran eso, casos aquí y allá de intolerancia, pero la mayoría, concluida la emocional pugna electoral, retornaba al equilibrio dinámico que caracteriza a las democracias. Equilibrio que es ahora más importante que nunca, porque el país debe ser reconstruido, la confianza reestablecida, la honestidad y la justicia, rescatadas. Es necesario aumentar la producción y el empleo digno. El daño ha sido enorme, el país está como un mueble abandonado, carcomido y cojitranco. Las instituciones no están en mejor estado que las carreteras, los puentes, las cárceles y la educación: es el legado de casi tres lustros de retroceso. Una juventud sin puentes, ni futuro, harta de la verborrea preñada de ilusiones, sabrá bien por quién votar.