Carlos Machado Allison
El Universal, 2 de julio de 2013
Poco tardó la FAO en aclarar el asunto del premio. El mismo no toma en cuenta el origen de los alimentos, sino la disponibilidad de calorías y el modo en que se distribuyen, señala el organismo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Si ese es el único criterio, entonces Venezuela lo ha cumplido ya que ha aumentado la disponibilidad de calorías gracias a enormes importaciones y subsidios.
Pero el premio resulta paradójico porque en la definición de seguridad alimentaria (FAO, 1995) se encuentra la regularidad del suministro y aquí éste es tan epiléptico que hasta el BCV reconoce que el índice de escasez anda por el 20%. En segundo lugar, porque en esa misma definición se hace referencia al acceso, es decir a la capacidad de compra y no a subsidios volátiles. Además la FAO proclama la necesidad de aumentar la producción local y fortalecer los derechos de propiedad, cosa que no ocurre en Venezuela. Tampoco contempla las calorías que consumen los venezolanos en la búsqueda de alimentos, la demanda de agua generada por las colas, el costo del transporte y las horas laborables perdidas mientras se busca algún producto. Ni, aunque admite que le preocupa, la tasa de inflación en alimentos que de mantener el ritmo actual, se aproximará al 100% en éste año.
El premio no considera la sostenibilidad, criterio valorado por FAO, es decir el mantenimiento constante e intergeneracional de la producción con bajo impacto ambiental y adecuadas tecnologías. Ignora la calidad de la alimentación ya que el incremento reciente es principalmente en carbohidratos, grasa y azúcares y, hasta fines del año pasado, también aves y huevos. El aporte de las frutas ha disminuido, así como el de raíces y tubérculos frescos y el de las hortalizas ha tenido poco cambio. También ignora el gasto innecesario en divisas y la corrupción.
Se obvia la calidad final de los productos y los servicios conexos. Estamos mejor que en el África subsahariana, pero muy mal cuando nos comparamos con otros países de la región. Visitar un supermercado, uno a cielo abierto, un mercal o un mercado municipal es un tormento: pocos empleados pueden orientar al cliente, sólo saben donde están los productos del pasillo asignado, los gerentes están escondidos en sus oficinas, productos maltratados, cajas o latas abolladas, vegetales marchitos o descompuestos, papas con tierra, pimentones salpicados, naranjas de aspecto lamentable, cambures aporreados y tubérculos con hongos y bacterias, quesos de oscuro origen. Los guacales descargados como si fueran piedras y no alimentos. Los cambios positivos de la década de 1990, que marcaron un gran adelanto en las técnicas de los supermercados, se está perdiendo: “No encontramos mano de obra adecuada”, “La rotación es muy elevada” son argumentos válidos, pero no suficientes. Las fallas del sistema de suministro, hacen que las pérdidas finales, en punto de venta y hogar sean muy elevadas. La FAO debería modificar las bases del premio y así lograr un impacto positivo en las cadenas agroalimentarias.
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