Incertidumbre
Carlos Machado Allison
El Universal, 30 de julio de 2013
Incertidumbre es, de acuerdo a Ramón Piñango,
la percepción dominante en nuestra sociedad y no existe modo de discrepar con
nuestro colega. Yo la percibo y me afecta,
día a día. Hablo con amigos,
parientes, colegas o vecinos y, colocando al margen algunas expresiones machistas, casi todos coinciden. Nada peor que un país a la
deriva.
Para mí no es una percepción
novedosa, viví momentos en los que
no tenía muy claro que ocurriría al día siguiente,
pero tenía la certeza de que mi futuro dependía más de mí,
que de las políticas públicas o los arrebatos de algún líder. Pensaba que, en buena medida,
mi futuro y el de mi familia dependían de esfuerzos,
estudios, metas, valores y conductas. Cosas que no estaban en manos
del gobierno, sino de cada
ciudadano. Había amenazas, pero era
un mundo de oportunidades.
Debo dejar constancia que en años
de razonable certidumbre las cosas no eran fáciles,
todo lo contrario. Mis primeros recuerdos corresponden a la Venezuela de los últimos
años de la Segunda Guerra
Mundial, había escasez y
racionamiento. Medina se había visto obligado a controlar ciertas cosas, pero el país,
aún muy atrasado, parecía marchar en
la dirección correcta, existían
anhelos de democracia y progreso que no cambiaron tras el golpe de Estado de
1945, el gobierno provisional y el
de Gallegos. Con Pérez Jiménez cesó la democracia,
más no el afán de progreso, y aunque
lo observé de lejos ya que mi padre fue encarcelado y luego exilado a México, a mi retorno pude apreciar el cambio: sin
libertades políticas, pero con una
economía bastante liberal, Venezuela
había progresado.
Con Betancourt, Leoni,
Caldera y Pérez, hubo más libertad
política, pero menos económica. Los
gobiernos tuvieron demasiado poder y los ciudadanos,
sin chistar, nos encogimos porque la
renta petrolera parecía alcanzar para electrificar el país, crear una amplia red vial,
nuevas universidades, industrias, hospitales y mantener el crecimiento agrícola. El
desempleo y la inflación eran reducidos,
y las expectativas elevadas, hasta el
viernes negro, que hizo evidente el
fin de casi medio siglo de crecimiento económico.
Para 1990 aún había esperanzas, pero los partidos políticos mostraban las
debilidades de un país rentista y la economía estatista,
no se ajustaba más a la demanda de los tiempos. Una década más tarde, con la insatisfacción,
vinieron intentos de golpe de Estado. Los venezolanos nos vimos sin las
herramientas culturales para tomar el rumbo adecuado,
mientras países de América Latina y Asia aprendían las lecciones. Hacia 1995
los venezolanos comenzaron a migrar y en los siguientes 15 años, miles de compatriotas abandonaron el país, por inseguridad,
no encontrar empleo o haber sido despedidos de PDVSA,
pero la mayoría por percibir que la incertidumbre les había robado el porvenir.
Sin libertades políticas o económicas,
inversión privada nacional o extranjera; con incompetencia, populismo,
derroche y corrupción, muchos buscan
en otras latitudes las oportunidades que aquí desaparecieron.
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