Diario El Universal, 19 de enero de 2010
Carlos Machado Allison
Los venezolanos recibieron el nuevo año vapuleados por cuanto frente puedan imaginar: escasez de agua, hospitales colapsados, vialidad arruinada, moneda devaluada, hampa desatada, las empresas básicas de Guayana por el suelo, la producción agrícola en franco retroceso, bancos cerrados, inflación rampante y cortes caóticos del suministro eléctrico. Un desastre con muchos actores, pero con un solo director que ya agotó la estrategia de culpar a la IV República, al Imperio, a Colombia o a sus ministros. El presidente se hizo con todo el poder y con todos los poderes de la República y la ha arruinado.
Por más de una década el gobierno jugó con la tolerancia, que parecía infinita, de los venezolanos. Los ciudadanos fueron humillados de palabra y hecho, sometidos a un estado permanente de angustia esperando cada semana y hasta cada día, alguna nueva disposición dirigida a trastocar sus vidas cotidianas o, peor aún, sus expectativas sobre el futuro. El gobierno metió la mano en lo más íntimo de cada individuo: su bolsillo, la educación de sus hijos, su seguridad personal, su propiedad, su derecho a viajar y contar con los documentos requeridos. Cada campo confiscado, cada industria nacionalizada, cada banco en manos del gobierno se ha convertido en un yermo, en una ruina, en un ejemplo de ineficiencia y corrupción. El presidente y el gabinete están conscientes de su fracaso, pero aún existe una proporción de la población que sigue creyendo que existe algún futuro en el socialismo del siglo XXI. Pero cada día son menos, la realidad comienza a ser más convincente que el discurso. “No nos quites la esperanza” clamaba un cartel de apoyo al gobierno por allá en el 2002, pero los mandamás, tras embriagarse con los miles de millones de petrodólares, lograron quitarle a los más pobres lo único que tenían: la esperanza.
“No hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo aguante”, señala una antigua frase popular. La devaluación le da un respiro al gobierno, pero aunque muchos venezolanos aún no lo crean, hay cosas que el dinero no puede comprar: Una gerencia pública civil, crítica y competente, las obras públicas que no se hicieron, la contracción del sector privado, los jóvenes que no recibieron adecuada educación, los talentos fugados y la ruina institucional, no se revierten a realazos. No son cicatrices, son heridas abiertas que sólo sanarán cuando los venezolanos decidan darse un gobierno diferente o cuando el actual se convenza que velas y totumas no aumentan la popularidad.
Pero así como es capaz de rectificar, a media noche y utilizando como canal oficial al programa más lúgubre de la televisión cuando mete la pata en lo táctico, parece cada día más incompetente en el terreno estratégico, porque en una década no aprendió que los ciudadanos no son soldados y que el país no es un cuartel. Una copla de un famoso tango comienza por: “Cuesta abajo en la rodada…” y en septiembre, cuando lleguen las elecciones parlamentarias, vamos a tocar acordeón.
Por más de una década el gobierno jugó con la tolerancia, que parecía infinita, de los venezolanos. Los ciudadanos fueron humillados de palabra y hecho, sometidos a un estado permanente de angustia esperando cada semana y hasta cada día, alguna nueva disposición dirigida a trastocar sus vidas cotidianas o, peor aún, sus expectativas sobre el futuro. El gobierno metió la mano en lo más íntimo de cada individuo: su bolsillo, la educación de sus hijos, su seguridad personal, su propiedad, su derecho a viajar y contar con los documentos requeridos. Cada campo confiscado, cada industria nacionalizada, cada banco en manos del gobierno se ha convertido en un yermo, en una ruina, en un ejemplo de ineficiencia y corrupción. El presidente y el gabinete están conscientes de su fracaso, pero aún existe una proporción de la población que sigue creyendo que existe algún futuro en el socialismo del siglo XXI. Pero cada día son menos, la realidad comienza a ser más convincente que el discurso. “No nos quites la esperanza” clamaba un cartel de apoyo al gobierno por allá en el 2002, pero los mandamás, tras embriagarse con los miles de millones de petrodólares, lograron quitarle a los más pobres lo único que tenían: la esperanza.
“No hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo aguante”, señala una antigua frase popular. La devaluación le da un respiro al gobierno, pero aunque muchos venezolanos aún no lo crean, hay cosas que el dinero no puede comprar: Una gerencia pública civil, crítica y competente, las obras públicas que no se hicieron, la contracción del sector privado, los jóvenes que no recibieron adecuada educación, los talentos fugados y la ruina institucional, no se revierten a realazos. No son cicatrices, son heridas abiertas que sólo sanarán cuando los venezolanos decidan darse un gobierno diferente o cuando el actual se convenza que velas y totumas no aumentan la popularidad.
Pero así como es capaz de rectificar, a media noche y utilizando como canal oficial al programa más lúgubre de la televisión cuando mete la pata en lo táctico, parece cada día más incompetente en el terreno estratégico, porque en una década no aprendió que los ciudadanos no son soldados y que el país no es un cuartel. Una copla de un famoso tango comienza por: “Cuesta abajo en la rodada…” y en septiembre, cuando lleguen las elecciones parlamentarias, vamos a tocar acordeón.
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