Odio y tierras ociosas
Carlos Machado Allison
Abril de 2009, Diario El Universal
Venezuela vive su peor momento desde la Guerra Federal cuando las bandas armadas de los caudillos, como hoy, estimulados por el odio, asolaban cultivos y se comían el ganado, mientras en las ciudades se debatía, con indiferencia, si era el centralismo o la federación el mejor sistema de gobierno. Siglo y medio después, el Centralista le tiende la mano al Presidente de la federación norteamericana y se abre al diálogo, mientras persigue con saña a gobernadores y alcaldes venezolanos. Aunque todos fueron electos, en un ejercicio de la democracia, a través del mismo procedimiento.
Luego, como si las propiedades públicas fueran parte de su patrimonio personal, un islote en el río Delaware, propiedad de la empresa venezolana CITGO, será donada al gobierno norteamericano para que sean ahora tierras ociosas, es decir destinadas a la conservación de la flora y la fauna. Mientras esto ocurre, el mismo día, el ministro Jaua anuncia la intervención, siempre con el apoyo de las fuerzas militares de asalto, de unas 40 fincas dizque por no estar dedicadas a la producción de lo que el gobierno -en su ignorancia perversa- cree conveniente. Siempre con el mismo, falaz e increíble argumento de las tierras ociosas. Después dirán, con Galeano, que la miseria latinoamericana es resultado de las acciones del imperialismo español, británico y norteamericano y no de la estulticia y el desprecio hacia nuestra propia gente.
Más fácil que dialogar, es mentir sin rubor, señalando que la mitad de las 2 millones y tantas hectáreas intervenidas están en producción o a punto de estarlo. Lo cierto es que en algunas fincas intervenidas ya se comieron desde los chigüires hasta las vacas, cazan venados y no pagan los préstamos porque carentes de conocimientos y tecnología, es poco lo que producen. Tan poco, que importamos, nuevo registro histórico, 7.500 millones de dólares de comida al año, seis veces más que en los tiempos de la cuarta república. De ser cierto lo señalado por el ministro, la producción debería haber aumentado en 30% y no en el escuálido 2 ó 3% oficialmente registrado. Cifra que además, si no fuera por los cereales que en algo han crecido, sería negativa, como ocurre con la carne bovina y las frutas.
Como corresponde a cualquier gobierno militarista, autoritario y conservador, ningún campesino pobre o mediano productor, de esos que si saben lo que hacen y contribuyen a que existan algunos alimentos en la mesa del venezolano, ha recibido títulos firmes y plenos de propiedad. Aquello de pan, tierra y libertad quedó para el olvido, porque la idea, animada por el odio, es otra. Las intervenciones no tienen nada que ver con la producción, son parte del plan: concentrar la propiedad en manos del gobierno y reducir al mínimo la correspondiente a los ciudadanos. Tiene bien claro el gobierno que la propiedad es el corazón de la libertad y que ésta sólo puede ser ejercida cuando se reduce la dependencia del gobierno, es decir cuando disminuye la pobreza.
Tanto que, otro ministro, el de planificación, se fue de bruces y lo admitió diciendo algo así como que “mientras existan pobres, habrá fermento para la revolución”. Así que para preservar ese fermento hay que mantener a buena parte de la población en la pobreza y reducir a esa condición a quienes, por tener algo, aspiran a la libertad.
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