lunes, 6 de julio de 2009

El origen de la agricultura y la Revolución del Neolítico

LA AGRICULTURA: UN EVENTO TRASCENDENTAL

“Neolítico” es el término acuñado para definir un período de nuestra historia en el cual la piedra además de ser labrada pasa a ser pulida, pero es la agricultura la que cambiará para siempre la forma de vida de los seres humanos. El hombre venía acumulando conocimientos y técnicas para preservar alimentos, entre ellos la cocción, ahumado y salado de los mismos. También se acumularon conocimientos sobre las épocas de fructificación y formación de las semillas de las áreas que recorrían. Otras observaciones sobre germinación y floración concluyeron por introducir en la cultura del Neolítico, conocimientos sobre las plantas cuyos productos explotaban, de allí a cultivarlas, sólo había un breve, más trascendental, paso.

Así como la agricultura vegetal tiene su origen en la explotación de los frutos de los plantas, la domesticación nace de la ubicación de grupos humanos en la proximidad de grandes manadas. El hombre intenta “cosechar” animales en lugar de cazarlos. El uso de animales vivos como cebo o “reclamo” es aún practicado por muchos pueblos, de allí a intentar domesticarlos hay también un paso.

La Revolución Neolítica no constituye un evento simultáneo. A lo largo de 7.000 años, en forma independiente, el hombre comienza a cultivar y domesticar animales en distintos puntos del planeta. Como todos los grandes eventos tecnológicos, la agricultura es una solución a un problema reconocido con precisión. Algunos pueblos, en particular aquellos ubicados en zonas geográficas con clima uniforme, agua abundante y rica fauna y flora, nunca se hicieron del todo agricultores o pastores. Más aún, persisten algunas culturas aisladas que no fueron alcanzadas por este gran evento.

De allí que la agricultura se practicó primero en áreas donde la presión por obtener alimentos en forma regular era mayor. Era una solución a un problema vital en las áreas subtropicales y fue precisamente allí donde surgió. Trigo en el Mediterráneo, maíz en el altiplano de México, papa en los Andes, arroz en los altiplanos y en los deltas de los grandes ríos de Asia.

Los cultivos sólo tienen éxito cuando se combinan varias tecnologías y conocimientos: es necesario saber cosas sobre el clima, el suelo y la planta, controlar o aprovechar el agua, conocer la época adecuada para la germinación, fabricar surcos y construir herramientas. Las primeras evidencias de prácticas agrícolas han sido datadas entre 8.000 y 10.000 años a. C. Los recipientes para guardar el grano son una evidencia casi universal. Sutiles diferencias asociadas con el tipo de grano y las piedras, arcilla o fibras disponibles separan morteros para moler y los recipientes de Jericó y México, pero las soluciones son casi idénticas, a pesar de estar tan separadas en el tiempo y en el espacio.

Los productos más notorios del dominio de la tecnología agrícola son el comercio y la “ciudad”. Los cultivos, por una parte y los animales domesticados, producen por primera vez excedentes de alimentos en ciertas épocas del año. Hacia los campos de cultivo migran las personas y cuando hay más alimento de lo que se puede consumir, surge el intercambio comercial. La organización social se hace más compleja, aparecen los comerciantes y los almacenadores. Aparece también la necesidad de llevar algún tipo de registro.

Jericó (cerca de 8.000 a. C.) y Çatal Hüyüc (7.000 a. C.), descubierta por Mellart en 1951 y explorada entre 1961 y 1963, constituyen una sorprendente muestra de compleja urbanización. Evidencia de que ha ocurrido un cambio sustantivo, de hecho, una revolución. En un lapso breve, impulsado por la práctica agrícola, el hombre pasa de la cueva o de la carpa provisional, a la construcción de viviendas más permanentes. En Çatal Hüyüc el acceso a la casa se realiza por el techo gracias a escaleras de madera, las paredes se encontraban profusamente adornadas y en áreas especiales, quizás una suerte de santuarios, son notables las figuras animales y otros objetos indicativos de prácticas religiosas. Estas dos ciudades, una amurallada, la otra con casas diseñadas para impedir el acceso de extraños, albergan pocos habitantes. Un mural de Çatal Hüyüc parece representar un plano de la ciudad donde se distinguen unas 50 casas.

Un par de centenares de habitantes es un conglomerado humano reducido si lo comparamos con las megalópolis de nuestros tiempos, pero es una cifra considerable si la comparamos con las agrupaciones cavernícolas. Doscientas personas, requieren alrededor de 600 kg de alimentos y bebidas por persona y año, es decir 120.000 toneladas anuales. Para suplirlas, conservarlas y distribuirlas, es menester una compleja organización social. Mantener el orden exige, al menos, funciones personales definidas, códigos colectivos e individuales, un sistema de gobierno, almacenes y una organización para la defensa.

Tres eventos importantes marcan cada ciclo anual: la siembra, la cosecha y las decisiones sobre el excedente de alimento obtenido. La producción de granos, a diferencia del puntual superávit de carne generada en un feliz día de cacería, exige secado, almacenamiento y un sistema de distribución. Así mismo este tipo de asentamiento humano planteó nuevos y severos problemas. La necesidad de solucionarlos determinó el surgimiento de tecnologías entre las que destacan cisternas, canales de riego, vasijas de cerámica, barro, piedras y maderas mejor trabajados para la construcción de viviendas perdurables, el concepto de medida tanto para la distribución de grano como para el del espacio físico dentro del poblado. No menos importantes fueron los implementos para moler el grano y los hornos para cocinarlo.

Es difícil saber si la domesticación precedió a la práctica agrícola o fue a la inversa. En todo caso fueron complementarios. Disponer de animales domésticos, como el ganado vacuno, para obtener leche, halar o acarrear pesos elevados y como fuente directa de alimento, fortaleció ésta forma de vivir. De igual modo la agricultura exigió nuevas herramientas y las azadas de piedras y hueso que Garrod encontró cerca de Jerusalén constituyen nuevos e importantes inventos. La construcción de casas estimuló la creatividad y el resultado fue nuevas herramientas y nuevos materiales. Adoquines, escaleras, trabajo sobre la madera para construir puertas y ventanas, clavos y cuerdas para fijarlos. En síntesis, un profundo cambio técnico y social.

El experimento agrícola debió fracasar con frecuencia. Si bien es cierto que la inventiva humana fue estimulada y que pronto estas sociedades tuvieron a su disposición todo un nuevo bagaje tecnológico, también es cierto que ésta nueva economía tenía, y aún tiene, flancos débiles. El dominio incompleto de sus técnicas, la selección inadecuada del suelo, un pobre conocimiento del clima, plagas y catástrofes naturales, debieron haber condenado al fracaso a un gran número de los esfuerzos iniciales. Jericó y Çatal Hüyüc son ejemplos de los éxitos iniciales; de los múltiples fracasos, posiblemente nunca encontraremos mucha evidencia.

Fueron necesarios varios miles de años antes de que la agricultura y la vida sedentaria se impusieran como un modelo económico y social ampliamente extendido. Entre el año 3.500 a.C., con los pueblos mesopotámicos y el 1.200 a.C., con la cultura Olmeca en México y Las Shicras en Perú, un poblado más antiguo, aún bajo estudio, surgen asentamientos agrícolas en todos los continentes. La agricultura es más próspera en las riberas de los grandes ríos, como es el caso de Egipto y Mesopotamia y a la orilla de lagos y planicies de aluvión. Tras el trigo vendrán la cebada, el maíz, el arroz y las papas como productos básicos para la alimentación, luego vendrán otros elementos de la dieta y plantas productoras de fibras, aderezos y colorantes.

La Revolución del Neolítico hace destacar las diferencias entre geografías y culturas. Diez mil años después aún poseemos un planeta heterogéneo, un mosaico de culturas en distinto grado de evolución, que reflejan de algún modo las diferencias del entorno original. La revolución del Neolítico no ocurrió en un sólo punto de la geografía para luego irradiar hacia los demás continentes. Fue el resultado de muchos eventos independientes sobre substratos culturales con sus propias peculiaridades. Las culturas del trigo, del maíz o del arroz lejos de ser homogeneizadas por el uso de instrumentos y tecnologías dirigidas a un propósito similar, estuvieron aisladas durante milenios y evolucionaron por rutas culturales distintas.

Las tecnologías agrícolas no son las únicas novedades de éste período. Durante el Neolítico y antes del surgimiento de las grandes civilizaciones ribereñas del Medio Oriente y norte de África, se desarrollaron tecnologías médicas. Restos de cráneos trepanados ilustran una búsqueda de soluciones quirúrgicas durante éste período, y si bien no existen pruebas abrumadoras de ello, debemos suponer la existencia de ciertas técnicas básicas para la reducción de fracturas, entablillados y cierto tipo de vendajes. Las culturas neolíticas que sobrevivieron relativamente aisladas hasta nuestros días hacen uso importante de hierbas medicinales.

También, la conciencia sobre la vida y la muerte, característica única de nuestra especie, pronto determinó que la magia, la religión y la medicina se mezclaran y se compactaran en una nueva artesanía. La temprana mixtificación de las actividades que giraban en torno a la salud y la muerte, las dificultades intrínsecas al claro entendimiento de las raíces biológicas de la enfermedad, hicieron lento el progreso de las tecnologías médicas en relación a otras disciplinas. Resulta realmente paradójico, pero en el fondo explicable, como las culturas antiguas lograron tal dominio técnico sobre ciertos materiales inertes, mientras que por miles de años el sufrimiento de los vivos y la muerte fueron materia exclusiva de la magia y la religión.

En el primer caso, el hombre se enfrentó a materiales simples, logrando resolver algunos principios físicos básicos, avanzó en forma acelerada creando tecnologías cada vez más elaboradas. Pero al abordar los problemas del cuerpo humano, la complejidad de la maquinaria biológica, el temor a lo desconocido y la misma conciencia de ser, pasaron a constituir barreras que serían vencidas muy lentamente. No menos importante fue la mayor facilidad para experimentar con plantas o animales, que hacerlo con sus congéneres.

Debemos volver sobre el efecto de la agricultura sobre la organización social. El cazador, nómada o residente temporal, vivía bajo una situación de déficit alimenticio continuo que lo obligaba a dedicar una elevada proporción de su tiempo a la búsqueda del sustento diario. Vive en un mundo simple y relativamente restringido. La agricultura genera por primera vez un superávit. También estimula la creación de un mundo de certidumbres temporales, de plazos y metas que deben ser satisfechas sobre lapsos bien definidos. Hay un tiempo para sembrar y otro para cosechar.

El tiempo adquiere un sentido distinto y la rítmica secuencia de siembra y cosecha abre unos espacios, a veces prolongados, que quedan disponibles para pensar, para buscar soluciones a los problemas más pertinentes. Con la agricultura reciben un poderoso impulso la alfarería, la cestería y otros usos de fibras vegetales. La agricultura implica igualmente manejo de información, contabilidad, almacenaje y criterios de distribución. Con ella también nace la propiedad de la tierra, la herencia y las relaciones contractuales. El arte de conducir a un grupo, lo que hoy llamamos gobernar, también se hace más complejo. Ya no era suficiente ser ágil, fuerte y carismático, ahora el conductor también necesitaba tener capacidad para contar, medir y organizar.

Un respaldo confiable y permanente a la palabra, es la gran motivación para el invento de la escritura y las primeras formas de notación matemática, dos tecnologías que impulsan la integración cultural y el paso de información de una generación a otra, esenciales para la construcción del mundo contemporáneo. El superávit induce al surgimiento de la profesión de comerciante y pronto esa actividad, se expandirá incorporando transacciones entre poblados distintos. El intercambio comercial determina, además de transacciones con productos, flujo de soluciones tecnológicas e intercambio de patrones culturales. Quedan sembradas las bases para el desarrollo de las primeras grandes culturas.

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